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“Un mayor reconocimiento, respeto y conocimiento en torno al envejecimiento y a la vejez: una etapa de la vida, dorada cuando lo es, venerable cuando lo permiten, sabia cuando la escuchan, plena cuando la potencian, pero frágil casi por definición y por ende quebradiza sino garantizamos su seguridad.”

 

¿Quiénes, sino los más mayores de nuestra sociedad cobran protagonismo estelar en el ámbito de la seguridad en su condición de pacientes?, ¿también de ciudadanos?

¿Quiénes como ellos atesoran vulnerabilidad y fragilidad dictada por mayores fallas en la salud y en la independencia?

¿Quiénes sino los más veteranos se vuelven quebradizos ante situaciones de cambio, de estrés, de desubicación, como acontece, parece irremediablemente, con procesos que requieren hospitalización o emplazamiento en un centro residencial?

¿Quiénes como los ancianos, salvando numerosas diferencias en un grupo tan amplio, el más heterogéneo de todos los establecidos, conviven con una arraigada tendencia a la cronicidad e invalidez?

¿Quiénes como los mayores pueden por su frecuente problema de movilidad durante su estancia hospitalaria herirse, con graves lesiones cutáneas y evidenciadamente prevenibles?

¿Quiénes como los adultos mayores, en ese frecuente equilibrio inestable entre la salud y la enfermedad, requieren de una mayor tutela en términos de seguridad?

“Los pacientes ancianos hospitalizados llegan enfermos y regresan discapacitados. “

 

A quienes planifican cuidados para ellos, a quienes organizan su seguridad, a quienes jerarquizan la gravedad de los procesos de pérdida de salud y su atención, a quienes se ocupan de ellos…

En sintonía con aquellas recomendaciones que dictara la Comisión Europea en 2012 sobre seguridad del paciente, de desdibujado cumplimiento por los Estados, permítanme sugerir algunas áreas de intervención urgente para atesorar seguridad para nuestros más mayores:

  1. No desestimar que este grupo de población, a pesar de su amplitud y diferencias entre ellos es el más frágil y vulnerable y seguramente desprotegido de todos los demás.
  2. Los quebrantos de la calidad asistencial por un fallo de seguridad en muchos mayores suponen irreversibilidad en el bien más valioso y signo identitario de salud en ese grupo: su autonomía. Perdida ésta, el declinar es sobresaliente.
  3. Deberán revisarse los indicadores de seguridad cuando se focalizan en pacientes mayores, en mayores jóvenes y grandes viejos. En poco o nada se parecen entre ellos. Tampoco con los adultos, jóvenes o niños.
  4. Profundizar en cambios de actitudes en profesionales e instituciones que conviertan actuaciones en términos de cuidados, protésicos y sustitutivos en este grupo añoso por acciones de fortalecimiento de la independencia durante las estancias de hospitalización. “Cuidar con las manos en los bolsillos”.
  5. Intensificar la formación de los profesionales de la salud en gerontología. A diferencia de otros grupos etarios, las personas mayores no tienen tiempo de resistir ante situaciones de inseguridad (sirva como ejemplo, tiempos brevísimos para desarrollar lesiones por presión) y las consecuencias no son habitualmente benignas sino a menudo mortíferas.
  6. Fomentar la formación entre los pacientes mayores, sus familiares y cuidadores en términos de seguridad. Las personas mayores no están inhabilitadas para aprender. Sus barreras efectivas se derriban por el deseo.
  7. Que ponga en valor al paciente de edad, por la necesaria, especializada y ágil intervención preventiva de muchos efectos adversos de alta evitabilidad.
  8. Yendo más allá, una siembra desde instancias tempranas en la Escuela, de cultivo en las familias, de recolecta en toda la sociedad, de un mayor reconocimiento, respeto y conocimiento en torno al envejecimiento y a la vejez: una etapa de la vida, dorada cuando lo es, venerable cuando lo permiten, sabia cuando la escuchan, plena cuando la potencian, pero frágil casi por definición y por ende quebradiza sino garantizamos su seguridad. En todos los ámbitos asistenciales estamos en condiciones de garantizar esa anhelada y obligada protección que merecen y se han ganado. Un daño innecesario de tintes dramáticos, que mayoritariamente estamos en condiciones de prevenir.

 

J. Javier Soldevilla Agreda

Director GNEAUPP

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