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Hace escasos tres años la irrupción de la pandemia de COVID representó un cambio total de paradigma. Los profesionales de la salud y las personas que trabajaban en servicios esenciales y de seguridad  lo dimos todo y más para que la sociedad pudiese tirar adelante.

Eran tiempos de aplausos y de agradecimientos, y tristemente también de postureo, de mucho postureo por parte de muchas personas con responsabilidades públicas y memoria de pez, tal como ha hecho patente la cruda realidad.

Para los profesionales de la salud, darlo todo y más en la pandemia y estar luchando en primera línea  tuvo importantes consecuencias, con un elevado número de  profesionales fallecidos, otros con su salud muy perjudicada, algunos con largos períodos de recuperación e incluso con secuelas para toda la vida y  algunos,  aún hoy,  incluso con COVID persistente.

Además, la pandemia de COVID nos ha dejado como secuela un Sistema de Salud tensionado hasta el extremo, el cual aún no se ha recuperado y que  tres años después sigue condicionando en sobremanera  el trabajo de los profesionales que trabajan en él, en un sistema que ya antes de la pandemia estaba tensionado e infradotado, sobre todo en el caso de la atención primaria y la atención sociosanitaria. A ello deberíamos añadirle los esfuerzos de algunos políticos por hundir, por activa o por pasiva, lo público y convertir en un negocio lucrativo la enfermedad, que no la salud. Por no decir los cantos de sirena de bajadas de impuestos; a nadie se le escapa que hasta que no se demuestre lo contrario, menos impuestos es menos sanidad, menos educación y menos servicios sociales y que en la casa del pobre lo barato (o las rebajas) salen dos veces caras.

Por otra parte, en situación de pandemia, como en las guerras, apenas hay cifras y estas se ignoran, minusvaloran o utilizan según convenga, y si no a los indecentes malabarismos con las cifras de muertos por la pandemia con los que algunos políticos sin escrúpulos nos obsequiaron, y que esperemos que algún día la epidemiología sirva de prueba  para exigir responsabilidades públicas.

Bajo el punto de vista de la integridad cutánea les puedo asegurar que muchos pacientes sufrieron en sus propias carnes problemas prevenibles en forma de importantes y severas lesiones cutáneas relacionadas con la dependencia, y que aún y la falta una vez más de luces y taquígrafos, éstas llevaron a no pocas personas a un serio deterioro de su salud e incluso a la muerte. Y en el caso que nos ocupa, la integridad cutánea, no solo a usuarios del Sistema de Salud como primeras víctimas, si no que también a no pocos profesionales de la salud que también sufrieron problemas de integridad cutánea, un 52,4% en España.

A nadie se le escapa que durante la pandemia se hicieron cosas muy bien, de la misma manera que se hicieron cosas no tan bien, y se hicieron cosas mal, en ocasiones muy mal.

Centrar la Seguridad del Paciente solo y exclusivamente  a un Sistema de Salud funcionando en condiciones de normalidad es sencillamente un error y una actitud reduccionista. La Seguridad del Paciente también tendría que ser una prioridad cuando el Sistema de Salud se enfrenta a situaciones anormales como es el caso de una pandemia.

 

Ahora bien lo que es una utopía es aspirar a  unos niveles aceptables  de Seguridad del Paciente en situación de pandemia,  cuando estos brillan por su ausencia en situaciones de no pandemia.

 

La Seguridad del Paciente implica una serie de premisas básicas como reconocer que somos humanos y que nos equivocamos, asumir las consecuencias de los errores y aprender de estos para que en lo posible no vuelvan a ocurrir y eviten en un futuro sufrimientos innecesarios a los usuarios del Sistema de Salud.

Durante la pandemia se tuvieron que tomar muchas decisiones, correctas e incorrectas,  en contextos muy difíciles con una gran incertidumbre y una situación cambiante día a día, ahora bien,  esto no es excusa para no asumir que con una adecuada planificación previa , el impacto de la pandemia podría haber sido probablemente menor tanto para los usuarios de nuestro Sistema de Salud como para los profesionales que trabajamos en él.

El hecho de tener que afrontar una pandemia de tamaña magnitud no es motivo para, que una vez esta ha sido superada, no reconocer, asumir y reflexionar acerca de lo que se hizo mal, que es lo que falló y como se podría haber hecho mejor.

Y aquí es dónde viene a colación la memoria de pez de algunos, uno tiene sensación que en Abril del 2023, en un mundo global que recupera su dinámica habitual, si nos enfrentásemos a otra pandemia, por ejemplo, por Ébola o por una nueva cepa de COVID  extremadamente virulenta, volveríamos a tropezar de nuevo con los mismos errores y volveríamos a tener las mismas, o incluso, peores consecuencias

 

¿Qué lecciones podemos tomar de la reciente pandemia de COVID que nos puedan ayudar a actuar de una manera más segura y efectiva ante otras posibles pandemias?

¿Qué se podría hacer mejor tras constar errores pasados?,

¿Cómo puede ser el Sistema de Salud más eficiente y equitativo ante una situación de pandemia?

A título de ejemplo podríamos destacar algunas de estas lecciones

  • La inexcusable necesidad de disponer de “reservas estratégicas” de equipos de protección individual (EPI) para poder proteger al recurso más importante del Sistema de Salud, los profesionales sanitarios, así como a los servicios esenciales, asegurando y garantizando la formación necesaria para su adecuado uso. Estas reservas son como los extintores, igual con fortuna no se tendrán que utilizar y caducarán, pero es imprescindible contas con ellas si uno planifica a medio y largo plazo.
  • El párrafo anterior es también extensible a los productos sanitarios. La pandemia nos demostró la importancia de asegurar, y ser consecuentes en cuanto a cómo se pagan, con la fabricación de productos sanitarios en entornos de proximidad en Europa. La pandemia nos demostró que comprar lo más barato y a miles de quilómetros de distancia nos hace totalmente dependientes; además, desincentiva el I+D local, a la industria local y el trabajo, bienestar e impuestos que esta puede generar y en la práctica representa pagar precios desorbitados e indecentes en situaciones de carestía, sin que entremos en la picaresca de algunos desalmados…

Lo más absurdo del caso es que en muchas ocasiones es la propia administración quién incentiva, por activa o por pasiva, esta descapitalización y esta peligrosa dependencia, amén de contribuir a pagar las pensiones a personas de otros países  lejanos y mirar hacia otro lado ante incumplimientos de la normativa laboral, medioambiental,  que sí que hace cumplir aquí, por no entrar en otros temas espinosos como el respeto de los derechos humanos y de los trabajadores. A esto se le llama hipocresía, cortoplacismo e insostenibilidad.

Aquí me gustaría rendir homenaje a algunos fabricantes locales que me consta que se comprometieron y  que invirtieron dinero y recursos para poder fabricar aquí productos sanitarios esenciales, y que tras la primera oleada de la pandemia, y una vez “normalizado” el suministro por los canales habituales,  la respuesta de la Administración fue pagarles al poco tiempo los habituales precios de derribo…

  • El peligro y los costes de improvisar sobre la marcha circunstancias previsibles. Es por ello qué hay que planificar de antemano actuaciones como respuesta a posibles situaciones de pandemia, p.e, diseño en las instituciones de salud de espacios con posibilidad de polivalencia, disponer de parques de equipamiento que permitan la polivalencia, definir reservas estratégicas de productos necesarios para asegurar unos cuidados de calidad, en el caso de la integridad cutánea (apósitos, SEMP, sistemas de terapia de presión negativa, productos para el cuidado de la piel).
  • Y asumir de una vez por todas que las infraestructuras y lo recursos materiales requieren de personas capacitadas para que los puedan hacer funcionar de manera eficiente, por tanto, también hay que  considerar de antemano la posible polivalencia de profesionales de la salud en situaciones de pandemia mediante el sentido común,  protocolos de actuación, programas de formación y sistemas de capacitación continua.
  • Obviamente sin que olvidemos la imperiosa necesidad de definir protocolos de actuación basados en la evidencia para la prevención y tratamiento de eventos adversos relacionados con la integridad cutánea, tanto en situación de “normalidad” como en situaciones de emergencia

Lo que no es de recibo es querer que un Sistema de Salud que no hace todo lo que está en su mano para conseguir la máxima  Seguridad del  Paciente en condiciones de normalidad y que no se anticipe a posibles situaciones extraordinarias, pueda considerar o permitir  que ante situaciones extraordinarias, la Seguridad del Paciente pasa a un segundo o tercer plano con la excusa de dar respuesta a la emergencia.

 

Los puntos anteriores deben pivotar en base a dos ejes fundamentales:

Dotar al Sistema de Salud de los recursos necesarios para su correcto  funcionamiento y sostenibilidad, así como a un requilibrio de asignación de recursos que permita que la atención primaria, la atención especializada y la atención sociosanitaria puedan cubrir de manera efectiva, y equitativa  las demandas y necesidades en salud  de nuestra sociedad con el soporte de un sistema de salud pública ágil y efectivo.

Y no por último, menos importante, si no todo lo contario, disponer de los recursos humanos necesarios, con una adecuada formación, retribución, condiciones de trabajo y posibilidades de desarrollo de una carrera profesional acorde con la vida privada. Si nos centramos en la enfermería, hace un tiempo ya me refería a que solo aumentar plazas de enfermería en las universidades, sin tener en cuenta el entorno en que van a trabajar, es cuanto menos una temeridad y un malbaratamiento de los (escasos) recursos que disponemos.

 

La pandemia de COVID tuvo un impacto brutal en las residencias y en la atención sociosanitaria. . Hoy en día, tres años después, la situación en las residencias es aún  peor, y en ellas continuamos sin contar con profesionales cualificados para liderar y garantizar unos cuidados de calidad, tanto en condiciones de “normalidad” como en condiciones de pandemia.

Curiosamente, los aplausos en los balcones y las buenas palabras de muchos políticos cuando estábamos confinados  han pasado a la historia  y  el Sistema de Salud sigue aún con muchas asignaturas pendientes, con deberes atrasados por lo que representó el COVID en cuanto a la accesibilidad de la población y  sometido a una altísima tensión y presión para  garantizar su máxima accesibilidad, mientras que curiosamente, la pandemia de COVID sí  que ha tenido consecuencias para otros ámbitos de la sociedad ya que ha perpetuado el derecho de algunos colectivos al trabajo desde su casa y la accesibilidad a algunos servicios básicos se ha visto seriamente comprometida, por poner algunos ejemplos, acceder en persona y ser atendido cara a cara en  instancias de la Administración como la Seguridad Social, el Servicio Público de Empleo, Tráfico…., es cuanto menos hoy en día  una entelequia…

 

Como profesionales de la salud, como ciudadanos, como Sistema de Salud y como Sociedad, no nos podemos permitir, ni debemos tolerar, que no se aprenda de los errores cometidos durante la pandemia de COVID y que no se gestione proactiva una actuación lo más segura posible ante  futuras pandemias.

Es en situaciones de normalidad cuando mejor se planifican las situaciones excepcionales. En la atención de salud la improvisación ante situaciones previsibles nos puede salir muy cara y afectar muy seriamente a la Seguridad del Paciente.

 

Joan Enric Torra Bou

 

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